Los expertos en posicionamiento suelen decir que, para que un post posicione bien, debe tener unas 700 palabras. Haces recuento del que acabas de escribir y ves que apenas llegas a 700. ¿Qué haces? ¿Metes paja para completar esa casi mitad que te falta? Lo haces y al final tienes 300 palabras de valor y 400 que no dicen prácticamente nada. Lo más probable es que tu lector, una vez leído el texto, no vuelva más a tu blog. Le has hecho perder el tiempo.
¿Por qué podemos acabar enrollándonos más de la cuenta?
Pues, básicamente por no tener identificado el perfil del cliente/lector al que queremos dirigirnos y, también, por no tener centrado y clarificado el objetivo de nuestro texto. Sobre lo primero es evidente que, si no tienes claro a quien te diriges, malamente podrás darle una respuesta que satisfaga sus necesidades. Conocer a tu cliente ideal -a ser posible, mejor de lo que se conoce sí mismo- te dará las claves para encontrar los puntos exactos que debes abordar tanto en los textos de tu web como en la creación de contenidos.
Igual de importante que lo anterior, es tener claro el mensaje central de tu post, que quieres decir. Eso te dará la clave para poder enfocar el mensaje en un sentido o en otro. Y es que no es lo mismo redactar un post para posicionarte como 
referencia de tu sector que, en otro caso, redactarlo para vender un servicio o producto nuevo.
Teniendo claros estos dos conceptos, ya tienes una base sólida sobre la que comenzar a redactar tu post, para escribirlo de un modo directo, claro y conciso. Y quítate el miedo a ser demasiado simple. Solemos tender a pensar que el texto sencillo y sin florituras, es simplón y por eso lo llenamos de recursos literarios. Por eso, tendemos a excedernos en el uso de adverbios y adjetivos.
Tienes que tener claro lo siguiente
-La persona que llega a tu web lo ha hecho buscando una solución a un problema concreto.
-La persona que llega a tu web no dispone de tiempo ilimitado para estar allí.
-La persona que llega a tu web quiere información útil y la quiere ya.
Habremos de hacer caso a Antoine de Saint-Exupéry, cuando dijo aquello de que ““La perfección se logra, no cuando no hay nada más que añadir, sino cuando no hay nada que quitar.”
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